Alberto Bartolomé Arraiza. Dotor en Historia del Arte, Director del Museo de Artes Decorativas de Madrid, Profesor de HIstoria del Arte de la U.N.E.D, Académico de la Real Academia de San Fernando. 
 
 
 
Cuando asumí el encargo de prologar el libro del artista Estartús (Jaume Mestres Estartús, 1949), de su obra completa para ser más exacto, sentí de una parte la emoción suponía la tarea de repasar más de ochocientas obras en distintos soportes y de distintas épocas, y de otra la curiosidad de que pertenecieran a un personaje tan sigilar. Por un lado, un hombre de formación académica varia, ya que estudió Arquitectura, Bellas Artes y Medicina, es decir, un verdadero humanista, pero además, otra de sus singularidades radicaba en el hecho de que a lo largo de  sus más de 40 años de pintor, no quiso nunca entrar hasta ahora en el circuito comercial de la distribución de sus obras.
 
Con toda una vida dedicada a profesional del Arte, en pocas ocasiones he entrado en contacto con un talento creativo que me haya llegado a emocionar. La obra de Estartús lo ha logrado.
 
Artísta de sólida formación, ya en sus dibujos más pretéritos, plasma sus dotes con fuerza y simplicidad de ejecución.
 
En su etapa adolescente (es una pena que no haya podido recuperar más obras de las realizadas durante este periodo), el vigor de la pincelada y el tratamiento del color, arrastran la estética de los impresionistas españoles y franceses sobre todo.
 
En otros periodos, pone de manifiesto su dominio de la perspectiva (Serie Sports, Zoolandia o Clowns), o su especial visión de temas como el erotismo y el origen de la vida. En el primero e ellos podríamos encontrar cierta referencia al Pop Art Americano, y en el segundo supongo que su profesión de ginecólogo, habrá tenido mucho que ver en la pulcritud científica de su elaboración.
 
Hasta aquí yo definiría a Estartús como un buen pintor.
 
Pero es a partir de  1975 cuando su obra sufre un giro radical, abandonado al realismo más o menos figurativo, para adentrarse en el terreno de la abstracción contemporánea.
 
A partir de este momento absorbe toda la corriente del informalismo, sobre todo el de raíz catalana, y durante más de veinticinco años, es decir hasta 1998, ejecutará centenares de obras que van madurando hasta salir del domino estricto de la abstracción, para usar el lenguaje de los signos como medio ideal de comunicación entre lo que se siente y lo que se desea transmitir, ya que el pintar se transforma en una pura necesidad vital. Son cuadros dirigidos a la vertiente espiritual de nuestro cuerpo. El soporte y la materia pictórica son capaces de transmitir emociones basando su trabajo en la investigación del tratamiento de los distintos materiales. Es aquí donde la obra de EStartús es realmente vigorizante y estimulante. En las obras, el subconsciente se hace realidad palpable e introduce al espectador en una reflexión plástica sobre la esencia existencial. Una obra, en suma, que hay que ver y analizar si se quiere compartir la emoción que puede proporcionarnos una creación concebida dentro de la más pura abstracción, par pasar al soporte elegido como un sentimiento íntimo y personal. Reconozco al pintor  una autenticidad en su obra preñada de honradez píctorica y ajena a modas, subordinaciones e intereses del mercado.
 
Sin embargo, para mí, cuando realmente catalogaría a Estartús de verdadero creador, es un su última etapa, la que va desde 1998 hasta hoy. Es entonces cuando el artista, siempre inconformista y sin detener su afán investigador, sufre un nuevo y radical giro: se enamora del hierro como soporte par la ejecución de su obra. Ahí se coloca delante de un nuevo proyecto que le supone sumergirse en un nuevo viaje a lo desconocido dónde, sin  duda, dejará parte de su propia experiencia de vida. Es ese el momento en el que la riqueza del propio proceso creativo, crece para convertirse en el protagonista indiscutible. Son obras que trascienden de sus límites físicos, que se retienen en a memoria sin pensarlo y que  seguirán existiendo mucho después. Aquí el autor vicie la pintura y el resultado consagra la absorción de toda su energía creadora.
 
Toda la obra termina por adquirir una identidad propia, conformándose como una realidad por sí misma capaz de crecer, de actuar y respirar. Concibe un universo platico y lo desarrolla. Sus atmósferas minerales tienen un lenguaje de constancia formal que habla de su coherencia, pero en cada cuadro aguarada la diferencia y la identidad de la obra, componiendo la esencia de la idea en unos ritmos que entran gratamente por las retinas.
 
Su trabajo plástico, en resumen, tiene la consistencia de quien conoce el oficio y a través de él, con gran libertad, va condensando su filosofía y manera de pensar. En la época del hierro, encontramos en definitiva a un artista original, distinto, creador de un lenguaje propio, lo más difícil de conseguir para cualquier artista.